LOS CUENTOS DE CHUCHO RUIZ

LOS CUENTOS DE CHUCHO RUIZ


DATOS BIOGRÁFICOS JESÚS OCTAVIO RUIZ CARVAJAL

Chucho Ruiz es un docente que en la actualidad presta sus servicios en la INSTITUCIÓN EDUCATIVA GABRIELA MISTRAL.

Almaguer, en pleno corazón del Macizo Colombiano, lo vio nacer un 19 diciembre de 1948. Sus primeras letras las recibe en la Escuela Urbana de esta localidad, con el régimen pedagógico imperante: “La Letra con Sangre Entra”. Aunque su bachillerato es el resultado de varios colegios, su grado lo recibe en el Ezequiel Hurtado de Silvia, en donde se destaca como declamador y narrador de cuentos. Desde entonces ha trajinado entre la actividad cultural y los libros.

Su inclinación por la literatura lo lleva a estudiar en la Facultad de Humanidades de la Universidad del Cauca, en donde obtiene el título de Licenciado en Literatura y Lengua Española. Posteriormente realiza sus estudios de Postgrado en la Universidad Mariana de Pasto, en donde obtiene el título de Especialista en docencia de Tecnología. Al siguiente año, motivado por la Pedagogía, hace un Diplomado en Pedagogía y Didáctica con el Instituto PENSER y posteriormente otro diplomado en Docencia Universitaria, en la Universidad del Cauca.

Su práctica pedagógica lo ha llevado a recorrer varios colegios de Secundaria, como El San Luis de Almaguer, El Nocturno de El Bordo, El Simón Bolívar y El Liceo Comercial, todos en el Bordo, Patía. Posteriormente es trasladado a Popayán en donde se vincula como profesor de Lengua Castellana y Pedagogía en la Normal Superior de Popayán y {últimamente presta sus servicios en la Institución Educativa Gabriela Mistral. También ha sido docente de EL SENA, COMFACAUCA, UNISUR y UCICA.

Su producción intelectual se puede resumir en: “Mitos y Leyendas de Patía y el Macizo”, “50 Poemas y Un Cuento Para Ti”, “Los Fantasmas de Popayán”, “La Gramática es un Cuento” y “Lectura Analítica y Composición Escrita”. En la actualidad prepara una novela: “La Aparición”


BAILANDO CON LA MUERTE
Por: chucho-ruiz@hotmail.com

Contemplo, desde El Morro, la ciudad de Belalcázar y una exhalación de nostalgias brota desde el montículo de mis meditaciones. Cierro los ojos para viajar a un pasado de añoranzas y destapar el escenario de los recuerdos. Aparece entonces la década de los 70, en donde el pensamiento estudiantil se fortalecía con marxismo y el ocio vibraba con el teatro, la música, la danza, las baladas, el son cubano, la salsa y el merecumbé. Ah, una época de intelectualidad, de cultura, de salas de cine, de pedreas entre estudiantes y policías.....y de hechos misteriosos, así costara reconocerlos.

El origen de esta historia se inicia en la whiskeria “El Dorado”. Ahí en pleno centro de la ciudad, entre la calle sexta con carreras quinta y sexta. Una leyenda de tabú para comentarse tanto por los marxistas como por los cristianos. Prohibida porque para los primeros eran fantasías de pequeños burgueses y para los segundos cosas del demonio.

“El Dorado” era el lugar preferido de los viernes. La vida nocturna de muchos payaneses, preferiblemente de los universitarios, se concentraba en este lugar. Por lo general se pedía una cerveza, para luego darle paso a la “roñosa” que consumíamos poquito a poco, mientras nos deleitábamos con Oscar Golden, Claudia de Colombia, Leo Dan, Leonardo Fabio, Rafael, Nino Bravo, Sabú, Sandro, Ádamo, Albano, Los Galos, Los Ángeles Negros, Los Pasteles Verdes, Los Golpes, Los Terrícolas, Los Iracundos y muchos, muchos más intérpretes que nos hacían soñar y beber.

La noche del viernes trasformaba el vestuario. Los pantalones de diablo fuerte, las camisas de lienzo y las sandalias, que era la indumentaria revolucionaria para asistir a la Universidad del Cauca, se cambiaba por unos pantalones a rayas con bota numero cuarenta, que bien combinaban con una camisa de tela con cuello estilo orejas de perro y unos zapatos de material bien embetunados. De esta manera, bien bañaditos y perfumaditos nos íbamos al bar. Y mientras las baladas invitaban a consumir licor, nuestras miradas escudriñaban a las “busconcitas” que llegaban a tomar gaseosa, a la espera de que alguien las invitara. 

Aquel viernes 13 de septiembre departíamos Carlos Ordóñez, Rafael Rosero, Henry Vargas, y yo. Rafael era un tumba locas y siempre se llevaba “lo mejorcito” que por ahí apareciera. Henry se preocupaba más por votar corriente de cómo arreglar el país. Carlos, que era el más ladino y enamorado, no desaprovechaba oportunidad para “gallinacearse” a la que tuviera por delante. Y yo, siempre iluso, no tenía sino pensamientos para aquella que inspiraba mis poemas.

Aún los minutos no se transformaban en horas cuando empezaron a aparecer las “chachas”. Carlos pretendió invitar a las primeras que llegaron pero Rafael, hombre experimentado, lo impido: «Tranquilízate, Carlos, en unos instantes llegarán cositas más ricas».

Rafa siempre tenía razón. Eran cerca de las once cuando entró una hermosura. Su rubia cabellera adornaba el escote de su esbelta espalda. De frente, otra abertura dejaba entrever sus provocadores senos. Su vestido negro dibujaba un precioso talle y unas nalgas voluptuosas. La dama, que aparentaba una edad no mayor a los 18, tenía porte de elegancia con sonrisa de tristeza. Antes de ocupar una de las mesas, por un instante, su mirada se clavó en los ojos de Carlitos. Nuestro amigo sonrió de emoción y fue tanta la impresión que hasta se le cayeron las gafas. La chica apartó una silla de una mesa cercana, se sentó con refinada elegancia y el mesero se le acercó:

- ¿Qué desea tomar? –
- Una gaseosa -

Ninguno de los presentes podíamos apartar los ojos de esta beldad que nos tenía extasiados. Poco a poco entendimos que varios de los pretendientes que se le aproximaban iban siendo rechazados. Rafa la miraba con ojos de águila y de vez en cuando se frotaba las manos. De pronto se tomó un trago doble, se paró de su silla y con pasos decididos se dirigió hacia la dama. Unas cuantas palabras e inmediatamente regresó donde estábamos sus amigos:

- Chiquito. No me lo vas a creer. Esa vieja no me paró ni cinco de bolas. Ella está interesada en vos.

- Deja de joder -dijo Carlos- a lo mejor ya te la levantaste y querés burlarte de mí.

- No seas pendejo. Mirá que esa vieja me dijo: «Salúdame al chiquito de gafas” Andá y caele. O… ¿es que no te gusta?

“El Chiquito” se dejó convencer y a los pocos minutos salió del lugar. Carlitos, crecido de orgullo, se despidió con una sonrisa de satisfacción. El la abrazaba y ella, de mayor estatura que la de él, le correspondía colocándole su brazo derecho sobre los hombros.

- ¿Y nosotros, que? Nos vamos a blanquear? Pregunté a Rafa 

- Tranquilo chuchito. Mirá que allí en esa otra mesa hay tres viejas que están solas. Invitémoslas. A lo mejor también tenemos programa para esta noche.

Rafael nunca se equivocaba. La media de “Caucano” se agotó rápidamente y quedamos emparejados para irnos a “La Carreta”, el sitio preferido para la rumba de los años dorados de los 70.

Los seis fuimos conducidos, hasta la discoteca, por un taxi, de esos Ford modelo 64. En pocos minutos Carlitos nos descubrió en medio de la intermitente semioscuridad. En su pecoso rostro se dibujaba una sonrisa de oreja a oreja. Estaba feliz con la rubia y quería que compartiéramos su conquista. Entonces todos nos ubicamos en una mesa grande. Era lo ideal para hacer la “vaca” para el litro. En instantes, el espíritu de la alegría se deleitaba con la salsa, el son y los tropicales. La sinfonía de notas y de luces hacía mover el cuerpo y el alma de cuatro solitarios amigos y sus ocasionales acompañantes. La fugacidad del amor, por esa noche, se había asegurado.

Rafa, de vez en cuando, tenía un “pichoncito” con la rubia de Carlitos que bailaba como si estuviera flotando. Henry y yo no bailamos ni una sola pieza con ella y nos dedicamos a hacer sentir bien a nuestras parejas.

El tiempo fue corriendo con la velocidad increíble de la felicidad. El establecimiento lo cerraban a las tres de la mañana y todos teníamos que salir. Carlos abrazaba a su muchacha y le frotaba los brazos. La noche tenía el escalofrío blanco-grisáceo de la neblina. La muchacha temblaba y castañeaba los dientes. Entonces Carlos me dijo: «Hola Chucho. Por que no me haces un favor. Mira que Álida está como una nevera. Parece que se estuviera congelando. ¿Por que no me prestas tu chaqueta para abrigarla?»

No podía negarme. Me saqué la chaqueta y se la pasé. Ella me agradeció con su triste sonrisa y me ofreció su mano. Al estrecharla sentí un escalofrío que penetró hasta mi espina dorsal. Esperamos un taxi y el primer vehículo que pasó fue tomado por Carlos y su pareja. Miré el reloj. Eran las tres de la mañana.

Las consecuencias de una noche de rumba nos hicieron dormir toda la mañana del sábado. Los cuatro amigos vivíamos en la misma casa de inquilinato, por ahí en la calle novena. Doña Leonor, la señora que nos arrendaba, nos alcahueteaba la vagabundearía llevándonos la soda y el alka seltser para el guayabo. El remedio era bendito y nos ponía en acción. Ya reanimados, siempre comentábamos acerca de las aventuras sucedidas en la noche anterior.

Ese día, Carlitos, estaba más animado que de costumbre.

- Como les parece que me cuadré a esa pelada-.

- No te creo. Dijo Henry, yo hablé con ella... y me pareció que era muy seria-.

- Aunque no lo crean. Anoche me cuadré con ella y hoy voy a ir a visitarla. Me pidió que también esta noche la llevara a bailar-

- A propósito, ¿qué pasó con mi chaqueta?-

- Hoy se la pido. Pues ella tenía tanto frió que entró a su casa con la chaqueta puesta -

- ¿Y dónde vive?-

- En El Cadillal -

- Bueno Carlitos. No me vayas a hacer perder mi chaqueta-

- No seas mal pensado. La pelada es muy decente -

- Podrá ser muy decente, pero muy fría -

- Tenés razón. Las manos de esa vieja eran tan frías, como de muerto. -

Y el misterio de la noche, una vez más había llegado. Ahí estaba el sábado con su bullicio nocturno en sus calles coloniales. Una vez más la inmensidad de la bóveda celestial se regocijaba con una luna redonda, preñada con versos de poetas trasnochados. Y en medio de ese ambiente de las nueve de la noche, tres amigos acompañábamos a Carlos. Rafa, llenando sus pulmones de cáncer y una sonrisa socarrona, listo para hacer bromas. Henry, junto a Carlos, pues ahí donde estaba el uno estaba el otro y yo, porque necesitaba recuperar mi chaqueta de cuero negro. La única chaqueta que tenía para mis salidas nocturnas.

Antes de salir, doña Leonor nos advirtió:

- Si esta noche se demoran le pongo tranca a la puerta –

- No se preocupe doña Leo, hoy venimos temprano -.

El recorrido, entre la calle novena y El Cadillal, lo hicimos despacio y bien conversadito. En la carrera quinta, entre séptima y octava, estaban las venéreas esperando a sus ingenuas víctimas. Una cuadra más adelante, la whiskeria “El Dorado” alcahueteando las citas de la noche. Seguimos hasta encontrarnos con El Café Alcázar lleno de políticos manzanillos y de los aprendices a ser intelectuales. Pasamos por El Parque Caldas con las sombras de sus gigantes árboles fantasmales que acompañaban al Sabio Caldas y resguardaban La Catedral. Llegamos al Teatro Popayán, en donde había una buena cantidad de personas que hacían cola para ver la última película del rudo Charles Bronson. Nos deslizamos por el frente de la iglesia de San Francisco, vecina al Hotel Monasterio, llamado así porque anteriormente había sido un monasterio de monjes. Cruzamos a la derecha y estuvimos en el barrio El Cadillal.

Tres golpes, que salieron de los nudillos de Carlos, tocaron la puerta de color caoba. El silencio hacia más larga la espera. La puerta no se abría. El rumor del rió Molino llegaba acompañado con el canto misterioso del viento y de los grillos. Ya estábamos a punto de regresarnos cuando una de las ventanas se abrió y una señora cargada de arrugas y con la cabellera blanca asomó la cabeza. «La suegra» dije entre dientes. Entonces Henry, Rafa y yo decidimos retirarnos.

- Te esperamos en la fuente de soda de la esquina -

- Dile a esa vieja que se consiga otras dos- gritó Rafa.

- Está bien. Espérenme en el negocio de la esquina, pero no se vayan a ir. Chucho, ya llevo tu chaqueta.

La espera fue larga, tediosa y cada uno con tres gaseosas. Después de una hora, cuando ya estábamos dispuestos a dejar el lugar, Carlos llegó. Rafa lo recibió con una de sus acostumbradas bromas. El no reaccionó. Estaba mudo, pálido y tembloroso. «Gástenme un trago. Lo que tengo que contarles es algo que no me lo van a creer»

Pedimos un litro y Carlitos empezó a contar su historia sin permitir que nadie lo interrumpiera

«Cuando ustedes me dejaron, la señora que ustedes vieron por la ventana, abrió la puerta. Entonces pregunté por Álida. La señora se sorprendió y me preguntó que si yo era amigo de ella. Yo le respondí afirmativamente. Me interrogó que desde cuando no la había visto y yo le respondí que desde anoche. Eso es imposible, dijo la señora, porque mi hija hace un año que murió y anoche fue la misa de aniversario.... Imagínense mi sorpresa. La señora se dio cuenta de ello....»

Carlitos empezó a recordar las palabras de la señora.

«Ángela apenas tenía 17 años. Se había enamorado perdidamente de un señor que ni a su padre ni a mí nos gustaba, pues él ya había dejado a una esposa con dos hijos pequeños. Era un toma trago y por lo tanto sólo la invitaba a bares y a bailar. Nosotros creíamos que íbamos a perder a la niña...Un viernes por la noche, su padre, se negó rotundamente a dejarla salir.. La muchacha se reveló y entonces mi marido la llevó hasta su cuarto, la castigó y la dejó encerrada, con llave. Al otro día la encontramos muerta. Se había cortado las venas. Mi esposo no pudo resistir la tragedia y poco tiempo después murió de dolor. Yo tampoco quiero vivir. Para que seguir viviendo en esta soledad si he perdido a los seres que más he querido... »

Carlitos se tomó otro trago y continuó.

«La señora me acosaba con interrogantes. Me preguntaba en dónde la había conocido, cómo vestía, qué hacía, qué decía....Yo le comenté todo cuanto recordaba. Después de unos momentos, algo repuesto, acepté conocer el cuarto de la suicida. La señora abrió la puerta y dijo sollozando: - Esta era la habitación de mi niña. Entonces el pánico se apoderó de mí al ver como sobre la cama de la difunta estaba el vestido de escote, el mismo con el que había estado bailando la noche anterior. Y también la chaqueta...tu chaqueta, Chucho. Miré hacia la pared y ahí, ahí se encontraba su fotografía ampliada, con la misma sonrisa enigmática con la que nos miraba mientras bailaba».

La sonrisa burlona con la que habíamos iniciado a escuchar el relato se había ido con las reflexiones del misterio. El temblor del cuerpo, la voz entrecortada de Carlitos y su palidez nos había contagiado. Al cabo de unos instantes de silencio, Carlos volvió a decir:

- Chucho. No fui capaz de recoger tu chaqueta, pero si tenés verraquera, volvamos a esa casa y le pedimos a la señora que no la entregue -

- Prefiero perderla, antes que usar algo que se ha puesto un muerto -

Un profundo y largo silencio invadió el ambiente. La dueña de la tienda que había estado escuchando en silencio, se decidió a hablar: «Mire joven, Lo que acaba de contar es algo que a otros ya les ha pasado. Yo creo que cuando esto sucede es que la niña quiere que le recen para aliviar sus penas allá en el purgatorio. Yo ya voy a cerrar. Les aconsejo que se vayan a rezar»

Salimos de la tienda de la esquina cabizbajos y en silencio. Desde la lejanía, la tímida luna dibujaba las siluetas de cuatro amigos que ya subían por la calle del Hotel Monasterio y de la iglesia de san Francisco. En ese momento Rafa rompió el silencio: «Quizá hoy no nos espanten las momias que salen de esta iglesia»

Como impulsados por un resorte corrimos calle arriba. Del Teatro Popayán la gente ya había salido de la última función y se encontraba oscuro y en silencio. Pronto estuvimos en misterioso y sombrío Parque Caldas. Al pasar junto a la estatua del Sabio Caldas creí que se movía y los pelos se me pusieron de punta. Llegamos a la esquina del Café Alcázar, ahí en donde queda ahora El Banco de Occidente, y con angustiosa curiosidad volví a mirar hacia atrás.

Si señor. El Sabio Caldas se había bajado de su pedestal y caminaba como todo un militar, detrás de nosotros, con el arcabuz en la mano. Entonces la carrera de adolescentes universitarios se convirtió en atletas campeones de los cien metro planos. No recuero a que horas estuvimos frente a la casa de doña Leo. Los nervios hacían que las llaves no entraran en el hueco de la cerradura. Los pasos de la estatua se acercaban. Finalmente pudimos entrar y nos metimos todos a la misma habitación.

Nadie hablaba. Todos nos mirábamos y temblábamos. A mí se me habían caído las gafas, a Henry le faltaba un zapato, Carlos se había tirado al piso, a Rafa le temblaba hasta el bigote y tenía los ojos desorbitados cuando dijo: 

- Que susto tan hijueputa.

- Que sea un secreto- Dijo Henry con voz pausada. – Si comentamos esto nos creerán unos locos.

- Si. Que sea un secreto- repitió Carlos. – Pero mañana domingo vamos a misa y rezamos por el alma de Álida.

- Y por los monjes de San Francisco.

- Y por la del Sabio Caldas-dije yo- Recordemos que a él lo mataron los españoles. 

Los años, los lustros, las décadas han pasado y hasta que siglo hemos cambiado. El terremoto del 31 de marzo de 1983 ha cambiado la Ciudad Universitaria. Sin embargo por ahí comentan, que durante todo este tiempo, esta historia se repite cuando la luna llena sale con su palidez de muerto en los viernes del noveno mes del año.

La leyenda dice que aquel que se enamora y baila con la difunta la primera pieza, cada año decrece cinco centímetros. En cambio a aquel que la ha pretendido, pero que también logra bailar unas piezas, crece cinco centímetros cada año, en otras palabras, la maldición consiste en que uno de los bailarines le estará robando estatura permanentemente al otro amigo. Que llegará un día que aquellos que permanentemente han crecido ya cabrán en sus camas y morirán. De la misma manera los que decrecen llegarán a ser tan pequeños que nadie los podrá ver y se los considerará desaparecidos. Por otro lado, especulan los que cuentan acerca de este misterio, que en la medida que los hombres van perdiendo estatura, se enamoran perdidamente de mujeres altas y robustas y que aquellos que crecen les pasa lo mismo con mujeres pequeñas. Esa es la razón por la cual a Carlos le dicen Carlitos y a Rafa… Rafaelote.

En cierta ocasión, un grupo de profesores de la Normal Superior de Popayán escuchaban este relato. Todos callaban incrédulos y hasta se burlaban. Sin embargo la indiferencia se transformó en reflexión cuando Eduardo Caicedo habló:

- Lo del sabio Caldas a mí no me consta, pues a lo mejor se baja a orinar por las noches cuando nadie lo ve. Lo de los monjes es algo con lo que se especula mucho. Sin embargo a unos estudiantes de medicina les pasó lo mismo que a Carlitos. Ellos no se quedaron con la duda, ni se acobardaron. Pidieron los respectivos permisos y cavaron la tumba. La sorpresa fue muy grande. Álida estaba ahí, pero sin descomponerse. La carne permanecía pegada a su piel. La ropa con la que supuestamente había estado bailando la tenía puesta. Ah...y al lado del cadáver, como diez chaquetas de diferentes estilos y colores. 
LA MUERTE ANDA EN TAXI
Por: chucho-ruiz@hotmail.com

Durante el trayecto entre el barrio Aida Lucía y la institución educativa donde me han encomendado formar maestros, el taxista me había comentado detalladamente, todo aquello que le había acontecido entre la noche del Viernes y Santo y la madrugada del sábado.

- No se lo puedo creer. Usted me está mamando gallo.
- No profe. Se lo juro. Yo la vi en el ataúd, con el ramo de flores blancas sobre su pecho.

Aquel lunes, después de una semana de espiritualidad religiosa, tomé el rodante amarillo que todas las mañanas me trasportaba. La fuerza de la cotidianidad había hecho que, entre el chofer y yo, se hubiera fortalecido una amistad que se traducía en amenas conversaciones. Charlas en donde no faltaban los cuentos, las anécdotas y las bromas. Sin embargo aquel lunes fue diferente. Gueto estaba meditabundo.

- O está de guayabo o tuvo problemas con alguna vieja.
- Ninguna de las dos cosas. Profe….Vea, lo que me pasó la noche del Viernes Santo, no me lo va a creer.
- Y ahora... ¿en qué lío se metió?
- En ninguno. Vea profe, yo le cuento, pero no se me vaya a reír- Hizo una pausa larga y reiteró: - No se me vaya a burlar.
- Cuente hombre, cuente con confianza.

Lo conocía de tiempo atrás. Recuerdo que el primer día que se presentó me extendió su franca mano y dijo su nombre y su apellido. Un nombre y un apellido que nunca había escuchado. Creo que inconscientemente hice un gesto de sorpresa y volví a interrogarlo:

- Perdón... ¿puede volverlo a repetir? -
- No se preocupe por mi nombre ni por mi apellido. Mejor dígame Gueto, como toda la gente me dice-

Durante el tiempo que ocupé sus buenos servicios, nunca más volví a preguntarle ni su nombre ni su apellido. Simplemente lo seguí llamando Gueto.

Gueto era uno de esos individuos que había toreado la vida haciéndole el quite a cada uno de los innumerables problemas. Su inmenso trajinar de “ires y venires” dejaban una escuela de vida repleta de historias. Su origen campesino le había enseñado la verraquera para enfrentar el trabajo con esa tenacidad que le inculcaron sus padres y sus abuelos. Desde niño aprendió a enfrentarse a la difícil labor del campo. Por eso, en carne propia, había experimentado lo duro que era ganarse el pan de cada día. 

Sus padres se dieron cuenta que la avalancha de la pobreza empezaba a deslizarse cuesta abajo. Una noche, mientras dialogaban en compañía de la luz de una esperma, escucharon la voz de la penuria que decía “corran que los alcanzo”. Entonces, antes que la escasez pudiera lograr el objetivo, miraron a su muchacho, hicieron desmedidos esfuerzos y lo enviaron a estudiar a la ciudad. Deseaban fervientemente que se preparara en uno de los colegios de Popayán y que terminara el bachillerato. Se habían dado cuenta que el chico era de esos tipos que no se le arrugaba a nada y que, según las monjitas, en donde Gueto había estudiado los primeros años de primaria, tenía sangre para las letras. Soñaban que, con un cartón en el bolsillo, podría tomar impulso y saltar desde el trampolín del conocimiento, a sortear la maraña de vicisitudes que se le presentaran en el transcurrir de su existencia. 

Los sueños de aquellos padres responsables fueron cristalizándose en resultados positivos. Gueto se destacó por ser un estudiante que tenía una enorme inteligencia lingüística. La habilidad para escribir poemas de amor a sus compañeras de clase, le valieron el remoquete de “El Poeta” y su capacidad en el discurso lo llevaron a ser el presidente del Comité Estudiantil. Años posteriores, esta capacidad, lo convertiría en el permanentemente presidente de la Junta de Acción Comunal de su barrio. 

Al terminar sus estudios, henchido de orgullo, porque había sido mencionado como uno de los mejores, pensó que su futuro no estaba en el agro, como había sido la tradición de su familia. Entonces, decidió construir un destino distinto al de sus padres y se enfrentó al mercado laboral de la ciudad. La literatura de poco le sirvió para ganarse la vida. Sin embargo la fluidez de su verbosidad le había sido de gran ayuda para amarrar la timidez a la pata de la cama y así todas las mañanas salir, con la frente mirando siempre hacia el norte, a buscar trabajo.

Rápidamente entendió que la labor en las oficinas estaba predestinada sólo para los habitantes de la ciudad, con saco y corbata o para aquellos que tenían una buena palanca política. Por ahí no había nada que hacer. En cambio le ofrecieron servir de “mula” y le pintaron pajaritos en el aire para que se vinculara al negocio del narcotráfico. “La situación era difícil, sin embargo no acepté porque yo fui formado con valores y siempre he creído que uno debe ganarse el pan con el sudor de la frente”. 

Una noche, recostado en su humilde cama y mientras le ladraba el hambre en el estómago, le susurró la voz de la razón: “El palo no está para hacer cucharas” Se sacudió con el mensaje, aprendió el arte de la construcción y se enganchó en él. Era la época en donde los carteles de la droga habían constituido todo un imperio económico y el trabajo como jornalero era más o menos bien remunerado. ”Vea profe, ahí me hice unos buenos pesitos, pero me tiré la plata porque en esa época yo era muy joven, me llovían las viejas y bebía mucho”. 

Un día las torres del imperio se derrumbaron, la industria de la construcción entró en bancarrota y con ello vino la crisis. Las fuentes de trabajo se agotaron y mucha gente tomó caminos equivocados. Ante este panorama, Gueto, buscó otras alternativas para seguir impulsando la rueda de su destino por el sendero correcto. Se instruyó como chofer, alquiló un taxi y al poco tiempo se convirtió en un experto del volante.

Este hombre era un maestro de la conversación. Me divertía escucharle las anécdotas de su vida y las charadas entretenidas con las que mamaba gallo. Cuando en ciertas ocasiones se silenciaba, yo le toreaba la lengua para escucharle frases de su buen humor. Charadas a las que les seguía la corriente.

- Profe, no se dio cuenta que anoche… ¿la luna estaba llorando?- 

- No hombre. No me di cuenta. …¿Y por qué lloraba?-

- Pues porque a una de sus hijas, llamada Estrella Polar, la violaron-.

- ¿Si?.... ¿Y quien la violó?-

- Unos malandrines que conforman la banda de Los Luceros-.

- Que vaina… ¿y la justicia no ha hecho nada?-

- Nada, profe, nada. ¿No ve que ellos son hijos del mandamás?-

- Y… ¿quién es el mandamás?-

- El Sol, profe, el es el rey….y a los hijos del rey nadie les hace ni les dice nada. Jajajaja. Lo mismo que a los hijos del presidente.


Confieso que me encantaba escucharlo. Sentía un placer infinito darle oídos a sus disparates literarios. Cuando hablaba de esta manera pareciese que se trasformaba y finalmente soltaba una estruendosa carcajada. Todavía seguía soñando con la retórica y no escamoteaba esfuerzo para usar recursos poéticos en algunos de sus escritos. Un día me mostró una carta llena de expresiones líricas. “Estas letras son para una pechugona”. 

- ¿Por qué pechugona? – Le pregunté y él me respondió sonriente: 

- Porque tiene unas pechugas en el pecho como para alimentarme toda la vida- 


Aún recuerdo expresiones como: “ en tus ojos la luz de los luceros se opacan de la envidia” “es tu rostro todo un cielo pintado de jazmín” “quisiera dormir para siempre entre el perfume de tus paisajes” “déjame embriagarme de amor entre tus senos” “A lo mejor amarte es un pecado, pero ese pecado se puede lavar con la divina ambrosía y el néctar de tus besos”

- Caramba, usted con esa literatura a de conquistar a muchas-
- Claro. No es para picármelas, pero yo he tenido bastantes mujeres- 
- ¿Cuantas?-
- Muchas, muchas. Y creo que con ninguna me entiendo porque mi obsesión es un imposible.
- Imposible… ¿por qué?-
- Porque….desde muy pequeño me enamoré de una monjita que me daba clase-
- ¿Y…? –
- Y nada, profe, nada. Solamente le cuento que yo vivía enamorado de ella y que su imagen no he podido sacármela de mi cabeza. Por eso sigo enamorado de las monjas-
- ¿De cualquier monja?-
- Después que sea monja, aunque sea catana. Ojalá algún día se me suba una al taxí, aunque sea para conversar con ella-
- ¿Eso quiere decir que nunca le ha tocado trasportar a monjitas?-
- A ninguna. Jamás. Y eso que llevo varios años en este oficio-

Gueto hablaba de variedad de temas. Por medio de él me enteré de las historias clandestinas de los habitantes de Popayán. ”Un taxista sabe muchas cosas, muchas cosas. Sin embargo es necesario no soltar mucho la lengua. Mejor dicho se debe decir el milagro pero no el santo”. 

Este hombre conocía la vida diurna y nocturna de Popayán y sus alrededores. Sin que nunca pronunciara nombres ni apellidos, supe de los amores furtivos de la alta sociedad payanesa. Me enteré de los lugares preferidos que los parlamentarios caucanos frecuentaban para ir a desahogar sus pasiones. Supe acerca de las personas, algunas de no muy buena refutación, con las que los políticos tranzaban sus negocios. Me puse al corriente de las andanzas de ciertas señoras de “dedo parado” que tenían esposo para presentarlo en sociedad y amante universitario con quien compartían un nidito de amor. Me puso al tanto de ciertas casas en donde quinceañeras, “por unos buenos pesos”, vendían sus amores, usando el uniforme de su colegio, para complacer a los traquetos. Me contó de los secretos que él debía guardar para que los clientes lo volvieran a llamar y así llevarlos y traerlos de un motel. Y también me habló de los problemas a los que tuvo que enfrentarse, sobre todo con los delincuentes, que en más de una ocasión quisieron quitarle lo que había ganado en un arduo día de trabajo.

- Mire. Yo me he enfrentado a todo tipo de situaciones, pero lo que me pasó el Viernes Santo no tiene explicación.
- Bueno….¿y que fue lo que le aconteció? Me tiene intrigado - 

Finalmente pareciese que soltaría la lengua. Ya llevaba unas diez cuadras sin atreverse a confesar lo acontecido. Frenó su taxi frente al edificio de la facultad de Ingeniería Civil y dijo:

- Espere que pasemos este semáforo en rojo y le cuento todo.

El semáforo cambió el color de su luz. Y el verde pareciese que le soltara la lengua. 

- El Viernes Santo se presentaron muchas carreras. Tenía que aprovechar la ocasión y había que trabajar hasta tarde. Eran cerca de las doce de la noche cuando me salió una para Lomas de Granada. Me fui volando, pues para esos sitios la tarifa es más carita. Dejé a los pasajeros y me regresé rápido para el centro. Como la procesión del viernes termina tardecito, a uno le cae buen trabajito y hay que aprovecharlo. 

La velocidad del taxi se fue haciendo más lento y Gueto cambió el tono de su voz.

- Cuando iba frente al cementerio, aparece una monjita vestida de blanco, con un ramo de flores blancas en la mano y me hace señas para que la alce. Yo me lleno de emoción. Paro el carro y la alzo. Miro el reloj y son exactamente las doce. La saludo amablemente y le pregunto que a donde a llevo. Ella no me responde, pero me entrega un papelito con el nombre del convento indicando la dirección exacta. La indago el por qué anda tan solita a esa hora y me responde con el silencio. La observo por el espejo retrovisor y me doy cuenta que ha puesto las flores sobre su pecho al tiempo que reza. Como el amor por las monjitas empieza a traerme malos pensamientos, acelero lo que más puedo para estar lo más rápido posible en el lugar que me ha indicado. Rápidamente me encuentro frente a los semáforos de La Esmeralda. Miro de nuevo por el retrovisor y le digo: “Hermanita, rece también por mí”

- Y ella ¿qué le respondió?
- Nada, profe, nada. Pero, ahora que recuerdo, en medio de la penumbra de la noche, creo que alcanzo a detectarle una sonrisa. Una sonrisa que me hizo sentir una sensación muy rara que no la puedo explicar.
- Bueno… ¿y qué pasó?
- Como el centro estaba taponado debido a las procesiones, tome la avenida de la panamericana y, al pasar por el puente del río Molino sentí un fuerte escalofrío. Era un frío intenso. Creí que me iba a agarrar la “quiebrahuesos” pero le di poca importancia y seguí, lo más rápido que pude, hasta llegar al convento.


En el timbre de su voz, Gueto demuestra austeridad y no me atrevo a interrumpirlo. Luego hace un largo silencio, un silencio que vuelve más intrigante su relato. Noto que traga saliva antes de seguir con su narración. En ese momento ya había dejado la carrera segunda y, a paso moderado, se deslizaba por la carretera circunvalar que pasa por los barrios del oriente.

- Me estaciono frente a la puerta principal del convento. La monjita se baja del taxi y con una sonrisa y un gesto de su mano derecha me indica que espere. Yo interpreto que en un momento me traerá a pagar, pues esto sucede permanentemente porque a veces el pasajero no lleva plata y entra a la casa por el dinero. Ella, saca una llave de su bolsillo, abre la puerta del claustro y entra. Observo a mi alrededor y me doy cuenta que las calles se vuelven misteriosas con las luces de los faroles coloniales. Veo la palidez de la luna llena y detecto cómo las estrellas tiritan de frío, así como temblaba mi cuerpo. De nuevo miro mi reloj de pulso: son las doce y media. Ya han pasado unos doce minutos, es decir mucho tiempo desde el momento que la monjita ha entrado a traer el dinero para cancelarme lo de la carrera. El tiempo es plata para un taxista y entonces, un poco mal humorado, decido estacionar el taxi y timbrar en el portón para cobrar lo de mi trabajo.

- Y…¿le pagó la carrera?

- Ah…ahí está el misterio. No sólo no me pagó, sino el susto que me llevé.
- Susto?....¿por qué?
- Espere, no se me afane y le cuento despacito.

El taxista detuvo su vehículo frente a la entrada principal del colegio en donde prestaba mis servicios como docente y ceremoniosamente dijo:

- Como la puerta del convento estaba cerrada, yo timbré. Al momentito, otra monjita, que vestía con el mismo color del hábito de la hermana que había trasportado, abrió la puerta. Yo le pregunté por su compañera, aquella que recientemente había entrado y que me había quedado debiendo la carrera. La portera me miró muy sorprendida y me respondió que nadie había entrado ni salido del lugar. Yo no le creí y volvía a preguntar sobre la compañera que había acabado de entrar y me había quedado debiendo. “Vea caballero” me dijo. “Yo no le estoy mintiendo, pero si quiere comprobarlo con sus propios ojos, entre con mucho respeto y vaya a la capilla. Ahí están todas las hermanas acompañando el féretro de una de las compañeras que falleció esta mañana”. 
- ¿ Y usted entró a comprobar?
- Claro que fui. Yo no la iba a dejar con la picardía de no pagarme….Y además quería verla de nuevo.

- ¿Y la encontró?


Gueto hizo un largo silencio y su voz se quebró cuando respondió:

- No profe….Mejor dicho…..Espere que le comente…...Cuando entré a la capilla, acompañado por la hermana que me había abierto la puerta, pude ver a varias monjas orando alrededor de un ataúd. Fui observando, detenidamente, los rostros de cada una de ellas para descubrir cual era la mala paga, pero no la encontré. Pretendí hablar con la monjita que me había abierto la puerta para decirle que me pagara ella lo del pasaje, pero una fuerza extraña me impulsa a observar el cadáver que estaban velando. Entonces casi me desmayo: Mi pasajera estaba muerta. Muerta, con el ramo de flores blancas sobre su pecho.

- ¿Y…qué hizo usted?-


- Salí corriendo del lugar. Mi cuerpo temblaba como sacudido por manos heladas e invisibles. Prendí el taxi y volé para mi casa. No dormí esa noche recordando el episodio y rezando con devoción. Al otro día, armándome de valor, volví al convento y pregunté por la difunta. Me enteré que toda su vida se había dedicado a hacer buena obras y que siempre visitaba el cementerio central a orar por las almas del purgatorio. Por la tarde del sábado, sin que nadie se enterara de lo que me había sucedido la noche anterior, para evitar las bromas de mis amigos, asistí al entierro de una monjita que la conocí como si estuviera viva pero que en realidad ya había estado muerta.


- Como quien dice: La muerte ya anda en taxi-

- No se me burle mi profe, no se me burle. Mejor lo invito a que le llevemos flores a su tumba.

- Está bien. ¿Cuándo vamos?-

- El próximo domingo-

- Con mucho gusto…..Yo creo que con la experiencia que me acaba de contar, se le acabaron las ganas de tener como novia a una monja-

- Usted tiene razón. A lo mejor eso que pasó fue un mensaje de Dios- 


Gueto se hizo la señal de la cruz y el mutismo lo acompañó hasta que me bajé de su taxi.

LOS COMENIÑOS
chucho-ruiz@hotmail.com


Tan.......tan...taaaan……..!

A formación llamó la voz de la campana. El respeto y la ternura se iban de la escuela. La profesora estaba muy enferma y la trasladaban. Con su voz temblorosa nos hizo cantidades de recomendaciones y se quebró en llanto cuando nos presentó a los nuevos docentes.

La escuela quedó sumida en un silencio de impotencia cuando la vimos partir.

Desde nuestras edades de siete, ocho o nueve años, veíamos como unos hombres blancos usurpaban el espacio de la queridísima maestra. Nuestra piel se hacia mas morena al compararla con la de ellos. La ropa remendada, nuestra pata al suelo y esa voz delgada y bulliciosa que nos caracterizaba, era totalmente diferente a la forma de vestir y de actuar de esos hombres blancos que hablaban con voz de miedo.

A partir de ese día la vida cambió en la escuela. Cuando la campana llamaba a formación la regla y el perrero nos hacían obedecer con velocidad. Los gritos iban y venían acompañados de palmadas y coscorrones en nuestros cuerpos. Años después volvería a experimenta lo mismo en el ejército.

La natural alegría de niños traviesos la vivíamos en el salón, mientras ellos no llegaban. El flaco daba clases en primero y segundo. El gordo en tercero y cuarto. El que quisiera hacer el quinto tenia que caminar tres horas hasta el pueblo. Cuando cualquiera de ellos entraba al salón todos nos parábamos y en coro decíamos:

- Buenos días, señor profesor-Muchas veces no nos respondían y nos dejaban de pie.

El lunes era el más temido. Los ojos rojos como inyectados de sangre, el tufo y la palidez de cadáver era constante en los profes. EL miedo torturaba nuestra mente de niños escueleros. El flaco, regla en mano, empezaba a tomarnos las lecciones de memoria. Muchos de nosotros, aunque las hubiéramos repasado, a la hora de decirlas, se nos olvidaban. 

Recuerdo que Wilson , Johnson, Arlem, y Amílkar eran los mejores. Sabían recitar hasta el punto y coma de todo cuanto nos dejaban .El profe les decía que ellos eran buenos porque tenían nombres de cristianos. Fortunato, Elicerio, Cupertino, Leotilmo y yo éramos los malos. Los maestros nos decían que nuestros padres habían escogido nombres de viejos, que ya no se usaban y que tal vez por esa razón, éramos tapaos, rudos o simplemente brutos. Como éramos quienes no sabíamos las lecciones, nuestra carne experimentaba los castigos de la pedagogía: ‘la letra con sangre entra’

Como medio de defensa aprendimos ciertos trucos para amortiguar la regla y la vara que golpeaba nuestra carne. Colocábamos cuadernos en medio de los pantalones y fingíamos llorar. Era como si las lagrimas y los gritos satisficiera a los profesores. Así como si después de tener hambre comieran y quedaran llenos.

La regla dejó su lugar al rejo. Este instrumento de castigo estaba siempre colgado de un clavo, en la pared. Los profesores lo habían bautizado como el ‘San Martín’

- ¿Quieren San Martín?-

Esa pregunta era más torturante que el mismo golpe. San Martín en las nalgas, en las piernas o en la espalda hacía gritar al más verraco.

También nos arrodillaban en granos de maíz, nos hacían subir los brazos y nos colocaban ladrillos en las manos. Otras veces nos arrodillaban y nos colocaban una piedra grande sobre la cabeza, la que teníamos que coger con las manos para que no se cayera. Luego, en esta posición, nos hacían andar de rodillas. A veces cuando estábamos de rodillas, el Flaco llamaba al gordo y le decía que reprendiera a esos niños malcriados. Entonces, el gordo nos daba “Caldo de Lengua”, “San Martín” o “La Risa del Tigre”.

Recuerdo que este profesor se hacía por detrás de nosotros, nos cogía de las patillas y tiraba hacia arriba. Por esta acción de dolor, pelábamos los dientes, como si nos estuviéramos riendo. Así se hizo famosa la frase: -Hagamos reír al tigre.

El torturado sufría, mientras el profesor y los demás compañeros se divertían.

Ante este castigo físico y psicológico, mis compañeros y yo tomamos otra solución: Nos hicimos tusar, o sea, rapar la cabeza. Después nos dimos cuenta que habíamos impuesto una moda: La calva.

Un lunes, los de siempre, estábamos arrodillados, con la cabeza rapada. Entró el gordo y al darse cuenta que no podía hacer reír al tigre, se llenó de cólera. Me tomó de una oreja y me la desgarró. El color de mi sangre era del mismo color de los ojos del profesor. Ese día, todos los muchachos sentimos lo mismo. El rencor calentaba nuestras cabezas. Los maestros eran nuestros enemigos. Por eso empezó a picarnos el aguijón de la venganza.

Al día siguiente se me ocurrió decir:

-Cuando los profes salen de la escuela se encierran a jartar trago-
-Eeeee.....?-
-Después que se emborrachan se pelan y quedan en calzoncillos. Verdad, Elicerio?-
-Eso es cierto, dijo Elicerio. Por ahí los han visto preguntando por gatos negros-
-Y, pa´ que...?-
-Pues pa´ matarlos, beberles la sangre y untarse su cuerpo. No es cierto, Leotilmo?
-Verdad de Dios, que si. Después de esto les salen pelos como de oso, orejas como de mula, rabo como de buey y colmillos como de lobo-
-Se vuelven monstruos...?-
-Claro que sí. Monstruos que salen por las noches a comerse a los niños-
-Mozo. Esos maestros son unos Comeniños-
-Virgen Santísima, no me diga-

A partir de ese día los apodamos Los Comeniños.
-Ahí viene un Comeniños-.
-Cual?-
-El gordo-
-Ahí viene otro-
-Cual?-
-El flaco-

Ahora lo confieso. Sentíamos placer al llamarlos Comeniños. Creíamos y vivíamos la historia que habíamos inventado. Si por alguna razón, no iban a la escuela, pensábamos que se habían quedado en su pieza acabando de devorar a algún niño.

Desde ese martes, comenzamos a vivir con el pánico metido en nuestros intestinos.

La noticia se regó como incendio en verano de agosto. Fueron muchos los niños que abandonaron la escuela. Sus padres decían que preferían verlos analfabetas y no muertos. Fue, por ese entonces cuando se incrementó la venta de escopetas. Los habitantes de la región las compraron supuestamente, para defenderse de los monstruos que salían en las noches. Algunas madres como la mía, hicieron bendecir escapularios y los colocaron, como protección, en nuestros cuellos. Varias de ellas fueron hasta la escuela y, disimuladamente, regaron agua bendita, en ella.

Una noche, Tina, la señora más chismosa de ese entonces, llegó a la casa. Según ella, los profesores no eran personas, sino diablos que habían salido de los profundos infiernos. Que nadie sabía de donde habían salido. Que en la pieza donde dormían, había varios esqueletos de niños. Mi madre y mis hermanos estaban aterrados. Yo, entre incrédulo y lleno de una satisfacción nerviosa me comía las uñas. Entonces mi padre, que era un hombre que detestaba los bochinches, entró y dirigiéndose a la señora, le dijo:

- Personas como usted son más Comeniños que cualquier otra. Ustedes devoran a la gente con su lengua viperina. Los profesores que aquí tenemos no son apreciados por nadie, pero eso es muy distinto a lo que usted anda diciendo. Ellos jamás han comido ni comerán niños....Ojalá, ojalá saliera algún monstruo malvado para que se coma no a los niños, sino los ladrones, a los violadores, a los asesinos, a los perezosos, a los sinvergüenzas y sobre todo a los chismosos y chismosas, como a usted-

Mi padre no sólo le había dado una lección a la señora, sino también a mí. Sus palabras llegaron a mi cerebro, pasaron a mi boca y volaron a la escuela. Todos me escucharon con atención. Entonces el terror que infundían los profes fue cambiando poco a poco. Sin embargo, cada vez que ellos nos castigaban, volvíamos a creer que eran unos Comeniños. En nuestra imaginación veíamos como les crecía pelo sobre su cuerpo y se les alargaban las orejas y los dientes. Pensábamos que el rabo lo tenían por dentro de los pantalones y que se le alcanzaba a ver pedacitos de pelo cerca de los zapatos.

Llegaron las vacaciones y veloces se fueron como todo lo bueno. Los profesores no regresaron a la vereda. No se volvió a saber nada de ellos, aunque corría el rumor que los habían cazado como animales. En reemplazo de ellos aparecieron, como llegadas del cielo, dos profesoras muy jóvenes y bonitas. Ellas respiraban amabilidad en cada uno de sus gestos, en su sonrisa, en su saludo, en su trato no sólo con cada uno de nosotros, sino también con nuestros padres y con toda la gente de la vereda. 

A este par de profesoras nunca las olvidaré. Ellas transformaron la manera de enseñar y la escuela fue muy agradable. Recuerdo que salíamos a pasear y a estudiar con el paisaje. Aprendimos a leer y a escribir con la mejor cartilla: La cartilla de la naturaleza. Así mismo aprendimos las Matemáticas contando, restando, multiplicando y dividiendo con los elementos que teníamos al alcance de nuestros ojos. Recuerdo que uno de nuestros compañeros no había aprendido a contar, sino hasta nueve, pero con las nuevas profesoras aprendimos todos porque utilizaban otro método de enseñanza: Primero nos enseñaron a contar árboles, hojas, naranjas, piedritas, flores, al tiempo que nos las hacían tocar, comer y oler. Posteriormente, después que contábamos estos objetos reales, nos los hacían dibujar en el cuaderno y finalmente ya escribíamos los signos que representaban lo que habíamos observado, tocado y dibujado. La Historia y la Geografía ya no era repitiendo las lecciones de los libros sino que nos enseñaron lo que era conocer la región. Una región, que tenía una Historia, una Geografía y unas leyendas hermosísimas. Entendimos el por qué los ancianos tenían una sabiduría innata y que por lo tanto aprendimos a respetarlos y valorarlos. La escuela de tortura se había convertido en una escuela llena de alegría. Entonces, como por arte de magia, las oscuras paredes se llenaron de colorido, aparecieron pupitres en donde sentarnos y libros con dibujos que nos animaban a leerlos.

Después de muchos años, mis hijos me preguntaron por esos maestros a quienes llamaban “Los Comeniños”. Por mi mente pasó la idea de comentarles que a mí me habían dicho que a ellos los habían perseguido con perros de cacería, y que los habían matado a palo y a machete después de haberse comido a un niño,. Afortunadamente, controlé mis impulsos dañinos y pensé en la forma de actuar mi papá y en las recomendaciones de las profesoras:

- Si no quieren verse envueltos en problemas, practiquen el consejo chino: Ver, oír y callar- 

No obstante, el rumor de la existencia de Los Comeniños, como si hubiera sido algo real, ha quedado flotando en la memoria del tiempo. Generación tras generación, de boca en boca algunas palabras que vuelan continúan encontrando oídos hasta hallar un eco que muchos consideran verdad.

Hoy en día, todavía algunos ancianos comentan que muchos, muchos años atrás, llegaron a la vereda dos profesores que se convertían en monstruos. Que ellos cogían a los niños y se los comían. Que la gente de ese entonces se organizó y que una noche mataron a palo y machete a estos engendros del demonio. Que todavía, las almas de estos profesores, convertidas en monstruos, rondan las noches de los martes, devorando niños. Pero así mismo, otras personas no terminan aquí su relato, porque comentan que estos monstruos fueron derrotados por dos ángeles que llegaron del cielo.

AGUA
Por: Chucho Ruiz

- ¡Se están robando el agua!-
- ¿Queee….?-
- Se están robando el agua de El Valle del Encanto!-

El veneno de la noticia enardeció la sangre de los campesinos. El volcán que dormitaba en la paz de los arados despertó con furia y una cólera ardiente los impulsó su actuar. Horas más tarde, serían protagonistas de los noticieros: «Extra, extra, extra: Un grupo armado ilegal ha atentado contra las instalaciones de la fábrica El Progreso. En la factoría trabajan personas humildes y necesitadas. Los guardias de seguridad no tuvieron otra alternativa que utilizar sus armas para defenderse de la brutal agresión. Seguiremos informando». Pero los reportajes se enmudecieron porque todos aquellos quienes tuvieron el coraje de llegar al meollo del asunto fueron silenciados. La verdad se fue despeñando por el abismo de la indiferencia que daba la impresión que fuera enmoheciéndose en los laberintos del olvido. No obstante, no se contaba con las subversivas y pacientes musas que se dedicaron a recoger pedazos de la tragedia para maquillarla con el consentido pincel del arte. De esta manera, muchas lunas, con su palidez cadavérica, tuvieron que alumbrar el andar de los fantasmas antes que un narrador de cuentos tuviera la osadía de llevar a las tablas los sucesos: 

«Una de las familias que habitaba la parte alta de la montaña recibió la primera puñalada: ¡Se están robando el agua de El Valle del Encanto! Exclamaciones de sobresalto llenaron sus corazones. Entonces tomaron sus herramientas, sus instrumentos musicales, sus utensilios de cocina y emprendieron una marcha llena de interrogantes. ¿Acaso esto será una broma o una pesadilla? ¿Habrá alguien tan poderoso que pueda hacernos esto?
¿Quién podrá impedir que sigamos bañándonos en la laguna? ¿Habrá alguna ley que prohíba beber el agua fresca del manantial? Y como las respuestas sólo las escuchaba el silencio de la empinada, yo terminaba gimoteando: ¡No!. ¡Nooo!. ¡Nooo!. Nadie podrá quitarnos lo que es nuestro». 

Al llegar este momento el actor colocaba el índice derecho entre sus labios y adquiría posición de estatua. Dejaba pasar un minuto de expectativas y en seguida se dirigía a distribuir, entre el público, unos mensajes: «Aquellos que participen del espectáculo los llevaré a mi parcela y los estimularé con una buena dosis de agua». Al escuchar la promesa varios de los espectadores leían el libreto y subían a la tarima a interactuar con él.

«Hace mucho tiempo un monstruo, con corazón de metal, se atrevió a atentar contra el paisaje: Se robó el agua y acabó con los peces, con las ranas, con el monte, con los árboles, con los prados, con las flores, con las aves, con grillos y cigarras. Entonces, unos valientes sumaron bravuras y voluntades, lo enfrentaron y decidieron defender lo suyo: El agua de El Valle del Encanto!» Se preguntarán: ¿Por qué lo hacían? Sencillamente porque estos hijos del sol, del barro y del viento, ya habían padecido dolorosas experiencias. Años atrás el monstruo plata había logrado mancillarles su cultura para que talaran, quemaran y prostituyeran la planta de los rituales ancestrales. Luego, la codicia les hizo cultivar aquellas maticas de flores rojas y pepas verdes, que se ordeñaban, para vender su leche a buenos precios. Pero el dinero fácil llegaría pintado de sangre. Violencia que se llevaría al reino de los muertos, a muchos de sus seres queridos.

Estas remembranzas espoleaban sus intestinos como si fuesen ponzoñas de alacrán. ¿Sería posible que la historia se repitiera? La respuesta era un ¡NO! Ahora ya no caerían en la maquinación de unas promesas y defenderían el agua, hasta con sus propias vidas. Ellos no serían los responsables de transformar la vegetación en un desierto. Estas reflexiones y el mandato de la madre tierra los condujo a cumplir con el deber: Herramientas de trabajo, garrotes, ollas, cucharas, tambores, flautas y guitarras se convirtieron en los elementos con los que enfrentarían al agresor». 

«Tras una larga caminata, en la que nunca sospecharon que la guadaña de la muerte iba a segar sus vidas, consiguieron su primer objetivo: Ahí estaba El Valle del Encanto. El crepúsculo de la tarde empezó a vestirse de luto, como si quisiese hacerle antesala a la masacre. Por última vez, los lugareños se detuvieron delante de un panorama que les desmembró los sentimientos: El espacio de la laguna era ocupado por una mole de cemento y los verdes prados transformados en grisáceo pavimento. El concierto de aves, ranas, grillos y cigarras, lo suplantaba un estridente pic tic...pic tic...pic tic metálico que despedazaba la vegetación. La leña de los árboles era recogida para atizar las hogueras que movían los motores de la fábrica. Ahí se fundían tuberías que rápidamente se enterraban en las acequias perforadas por las excavadoras. Era algo inadmisible: A través de estos conductos se canalizaba el agua de la laguna, de los ríos, de los arroyos. 

La rabia, que había permanecido reprimida, estalló en protesta. Un bullicio de gritos, ollas, cucharas, palos, flautas, tamboras y guitarras ahogó el estridente pic tic...pic tic...pic tic. Los guardias de seguridad, a quienes les habían extirpado el cerebro, los apalearon y los encarcelaron. «Esto es una pesadilla. ¡Pellizquémonos!». Los detenidos no lo pudieron hacer porque en ese momento, el ambiente se estremeció con un tartamudeo de muerte. Sólo un niño sobrevivió y….. 

«Ese soy yo. Y me salvé porque los proyectiles dirigidos hacia mí impactaron los cuerpos de mis progenitores. Ellos, con un último aliento, alcanzaron a susurrarme palabras de agonía: La guerra por el agua ha comenzado. Tú vivirás para actuar». 



















¿PEDAGOGÍA?
Por Chucho-ruiz@hotmail.com


La señora Zeta había abandonado a su esposo con sus tres hijos pequeños. El mayor tenía nueve y la menor era una bebita de apenas diez meses. Pronto se la vio al lado del doctor Equis, un político cincuentón que se caracterizaba por andar en lujosos carros y tener más de una amante. El doctor Equis se valió de sus influencias y le consiguió trabajo, como profesora, en un grado primero. El día que la llevó a la escuela, también le regaló un lorito. Aquel mismo día, la aprendiz de maestra, emprendió la tarea de enseñar a leer y a escribir a los muchachos.

- Mi ma - má me a - ma.
- Mi ma - má me a - ma. 

- Mi ma má me mi ma. 
- Mi ma má me mi ma. 

- El e na no co me ba na no.
- El e na no co me ba na no.

- Patojito querés cacao?.
- Patojito querés cacao?.
- Patojito querés cacao?

Y así seguía con su tarea. Día tras día de manera infatigable, sin descanso. Y al fin hubo resultados.

Los niños habían aprendido a leer y a escribir. Sabían escribir y leer: Mi- ma- má -me –a- ma. -Mi –ma- má –me- mi- ma. –El- e- na- no- co- me- ba- na- no. Y, sorpresa. Ese mismo día el lorito había aprendido a hablar:

- Patojito querés cacao. Patojito querés cacao...Patojito querés cacao.
- El enano come banano. El enano come banano. ..El enano come banano.
- Mi mamá me ama. Mi mamá me ama...mi mamá me ama.
- Mi mamá me mima. Mi mamá me mima...Mi mamá me mima.

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¡QUÉ FÁCIL ES SER DOCENTE!
Por: chucho-ruiz@hotmail.com

«Muy bien, mis amores, las evaluaciones de período son excelentes. Ya han aprendido bastante sobre Literatura Medieval, Renacimiento y Barroco. A partir de la siguiente semana vamos a estudiar El Romanticismo. Es un tema muy hermoso. Yo se que se la van a gozar, de verdad, verdad».

La docente despidió la clase con su amabilidad acostumbrada y los estudiantes se quedaron haciendo sus propios comentarios.

- Esa profe si es una bacana. A todos nos pasó la materia-.
- Si. Y eso que yo no presenté ningún trabajo-.
- Y yo también la pasé aunque casi no asistí a clase-.
- Eso no es nada. A Chicho le puso buena nota y él se retiró hace más de un mes-.
- Hay que hacerle un buen regalo para el día del maestro-
- Claro que sí. Si así fueron todos………-

La docente, quien se preocupaba más por sus trajes, sus lociones y su figura, vivía con su esposo, dos hijos y una empleada de servicios, que anhelaba, algún día, convertirse en profesora. 

Todas las noches, después que la plancha y otros quehaceres del oficio la dejaban en libertad, poco le importaba la televisión y se dedicaba a ojear libros, cuadernos y libretas de calificaciones que la profesora cargaba de la casa al colegio y viceversa. Pasadas las horas y cuando el cuerpo le pedía descanso, Morfeo llegaba a arrullarla para que la fantasía le alimentara su más grande anhelo: Ser profesora. Por eso, al despertar, mientras reiniciaba sus labores, el brillo de la mañana la escuchaba tararear: «Algún día tendré que ser profesora…profesora…profesora». Entonces la señora sonreía y con cariño le decía: «Pueda que algún día, tus sueños se te hagan realidad».

Y el lunes los sueños se le hicieron realidad. Desde el viernes anterior, la docente, su esposo, sus hijos y la empleada habían salido de paseo. La noche del domingo regresaron un poco tarde, así que aquel perezoso primer día de la semana los sorprendió en medio de las cobijas.
- Mija….Levántese….Se le hizo tarde-. 
- Hoy no voy a ir…..Patricia…..Patricia…..Patricia…..venga-.
- A sus órdenes, profe-.
- ¿Usted es capaz de dar una clase en el colegio en donde trabajo?-
- Claro que sí. Pero usted me dice que debo hacer-.

- Tenga en cuenta estas recomendaciones: Usted le lleva esta carta al rector del colegio y le dice que yo tuve un accidente. Que debido a la gravedad de las fracturas tengo incapacidad médica por quince días y que por lo tanto usted, durante este tiempo, va a reemplazarme. El no le va a poner ningún problema porque es amigo mío. Es más, estoy segura que personalmente la llevará a los salones y la presentará en los cursos en donde va a dictar las clases. ¿Entendió?

- Claro que sí. Entendí perfectamente. Pero después… ¿qué hago….?- 

- Ahora mismo se va a la fotocopiadora, con este libro de Español y le pide que le saquen unas copias de este tema. Fíjese bien, aquí en donde dice: EL ROMANTICISMO-.

- Si, sí. Aquí además hay otros títulos: Historia del Romanticismo, Características del Romanticismo y Autores y Obras Románticas-.

- Muy bien. Todos esos subtemas pertenecen al Romanticismo.

- ¿Y…. con esas fotocopias….?

- Se las llevas a os estudiantes del grado décimo. Te les presentas. Les dices que yo estoy muy enferma…. que se hagan en grupo a estudiar lo que está en las fotocopias. Y para que se pongan juiciosos, les dices que mañana voy a hacerles un examen del tema. Ah. Si se te presenta algún problema, los llevas a la biblioteca y los pones a leer. 

Patricia así lo hizo. No tuvo ninguna dificultad con la clase, porque ella, hábilmente, llevó a leer el material a la biblioteca. Ella sabía que en ese lugar se debía hacer silencio y que la bibliotecaria, le colaboraría con la disciplina. Cuando llegó la hora del almuerzo, Patricia se presentó feliz donde su patrona y le comentó lo sucedido. 

- Muy bien. Tus sueños los estás cumpliendo. ¿Mañana irás de nuevo…?-

- Claro que sí. Ser profesora es muy fácil. Pero mañana… ¿hago lo mismo….o…?

- Les haces el examen. ¿Recuerdas los subtemas?

- Claro que sí: La historia……

- Si, si. Entonces les haces una pregunta de cada partecita. ¿Entendido?

- Si. Entendí muy bien.


Al día siguiente, la docente Patricia, les dijo que sacaran una hoja para hacerles el examen del tema anterior. Los estudiantes obedecieron y Patricia les dictó las cuatro preguntas que de antemano le había orientado su patrona: Primera. ¿Cuál es la historia del Romanticismo y cuál es el padre de este movimiento? Segunda: ¿Cuáles son las características del Romanticismo? Tercera: ¿Cuáles son los temas preferidos del Romanticismo? Cuarta: Nombre cinco obras románticas y sus respectivos autores.

Aquella quincena pasó volando. Después de “estudiar” Romanticismo, la improvisada maestra que a duras penas había terminado la primaria, dio la clase de la misma manera con El Modernismo, pasó al Postmodernismo y a la Literatura Contemporánea. Patricia estaba feliz: Qué fácil era ser docente. Los estudiantes la querían porque les echaba chistes y las notas eran excelentes para todos. Sólo una vez tuvo dificultades con un estudiante que no asistió al examen y ella lo valoró con un insuficiente. Esta situación la comentó con su patrona y ella le respondió que no se complicara y cambiara la nota por un sobresaliente. Que si alguien perdía la materia, era muy aburrido dedicarle un tiempo precioso a preparar talleres de recuperación.

El lunes siguiente, la titular de la materia regresó al colegio. Iba en muletas y con yeso en un brazo y una pierna. Cuando sus compañeros le preguntaron acerca del accidente, a ella le brotaron unas lágrimas grandísimas.

- Estoy aquí por amor al trabajo, pero me duele tanto la pierna y el brazo que casi no me puedo mover-

El rector, muy conmovido, escuchó la versión del accidente y se apresuró a decir:

- Profesora. Es mejor que descanse hasta que se recupere, La Licenciada que vino a reemplazarla lo está haciendo muy bien. Si usted gusta puede dejar que ella continúe hasta que se recupere completamente-.
- Usted es un amor. Que Dios lo bendiga-.

Al día siguiente, los rayos de un sol de verano vieron como una multitud de estudiantes y unos cuantos profesores visitaba la casa de la docente. Tarjetas y obsequios pronto estuvieron en manos de ella. Mientras tanto sus amigas en el colegio promocionaban una misa para pedir por la pronta recuperación de la excelente profesora.

¿CLASE MAGISTRAL?
 

chucho-ruiz@hotmail.com

Rosalía llegó desconsolada a su casa. Sus ojos de alegría, florecidos de quince, estaban cubiertos por los nubarrones de la tristeza. El examen de Geografía la había dejado deprimida. En medio del llanto decidió no volver al colegio. Prefería quedarse en su humilde vivienda. Ayudaría, a su madre, a lavar ropa ajena.

Varias noches la vieron trasnochar dibujando mapas y coloreándolos. Mapas de países lejanos que no le cabían en su cabeza. Mapas que le entregaba a su profesor, para que éste, con gesto aburrido, a duras penas se dignara mirarlos. Mapas que eran prerrequisito para presentar el temido examen. Mapas, mapas, mapas, mapas.

La niña se había preparado como le habían enseñado a hacerlo. De su cuaderno memorizó datos y más datos. Ella creía que sabía cual era la moneda, el idioma, la economía, las costumbres, los límites, la orografía y la hidrografía de los países de África y Asia. Es por eso que repetía y repetía los datos que su profesor le había dictado de un vetusto libro que ya el tiempo le había devorado la carátula.
Con los mapas bien pintados y su cabeza llena de fantasías, Rosalía llegó al colegio. El profesor entró y ¨saludó¨. 

- Saquen una hoja. Vamos a hacerles cinco preguntitas:
- Primera: Dibujen el mapa de Nepal.
- Segunda: Con qué países limita.
- Tercera: Cuántos habitantes tiene. 
- Cuarta: Sobre el mapa dibuje los principales ríos y las principales elevaciones montañosas. Esta pregunta vale dos puntos.
- Advierto. Al que se sorprenda copiando se le anulará el examen y se lo enviará por una semana para la casa.

A pesar de la advertencia, muchos de los estudiantes abrieron sus cuadernos y calcaron el mapa de Nepal. Otros ya llevaban el chancuco preparado. Unos más, les hicieron el examen a sus compañeros a cambio de una gaseosa en el descanso. En cambio Rosalía era honrada. Ella estudiaba en casa. Quería sobresalir y últimamente lo había conseguido. Le gustaban, como a todos sus compañeros, los elogios y a través de los buenos resultados pretendía que Fernando, el muchacho por quien suspiraba, se fijara en ella.

Al día siguiente, mientras la mayoría recibían los aplausos por los excelentes exámenes, Rosalía recibió regaños.

- Es imposible que siendo usted tan buena estudiante, se haya echado con las petacas. Debería darle vergüenza. Su examen es un fiasco. Si sigue así debería quedarse en su casa, lavando ropa como su mamá.

Palabras torturantes. Risas torturantes. Miradas torturantes. Ambiente torturante.
- Ja, ja, ja, jaaaaaaa. La juiciosa de la clase se ha rajado.
- Rajada, rajada, rajada, rajada, rajada.
- Más rajada que torta de cumpleaños.
- Ja, ja, ja, jajajajajaaaaaa....................

Y con esas palabras burlescas, martillándole el cerebro, Rosalía llegó a su casa dispuesta a abandonar el colegio para quedarse lavando ropa. Buscó otro trabajo pero las oportunidades estaban cerradas. Al año siguiente, Rosalía, era una prematura madre soltera.

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